Un día les pregunté algo y no obtuve respuesta. Y llegó el
silencio, los días pasaron y la promesa de después te llamo y hablamos se fue
con ellos. Y los días se transformaron en semanas, las semanas en meses y el
tiempo pasó, sin noticias. Sin saber nada. Y no sé porque no me sorprendió.
Es que yo en el fondo sabía que mi decisión tomada llevaría
a eso, al silencio, que no sería respetada ni aceptada y el silencio se hizo.
Y lo extraño fue que no me causó dolor, no me preocupó, es
que en alguna parte de mi sabía que esto pasaría. Yo soy distinta a ellos, no
pienso igual, me crié de otra manera, en otro lugar, y ellos nunca me
conocieron.
Era la rara de la familia, la del pensamiento distinto, la
más preocupada por los sentimientos, la que escondía, siempre que podía, su
apellido para no ser comparada, a la que no le preocupaba el origen de los
demás, la que en su familia no era bien aceptada. No respondía a lo que ellos
me imponían.
Nunca conocieron mis historias de amor, no supieron de mi
dolor ni se dieron cuenta que algo me pasaba, jamás notaron que alguien a mis
dieciséis años me convirtió en adulta sin yo quererlo.
Y ahora ya estoy sin familia y no me pesó ni me pesa, lo
único que causa dolor es el pensar en si es bueno o malo no sentir y me
convenzo que en verdad no es malo porque el sentimiento debe ser recíproco para
que sea verdadero.
Aún ahora, ya adulta, ellos siguen ignorando mi historia,
tuvieron una hija a la que no conocieron y ya es tarde, el tiempo jamás vuelve
atrás y yo tampoco deseo mover las agujas del reloj en el sentido opuesto.
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