10/22/2012

LA CASA EN MEDIO DEL CAMPO




Eran vacaciones.
- ¿A dónde nos vamos? – pregunté yo.
- Un amigo me prestó una casa que tiene en el campo. Prepara tus cosas – fue la respuesta.
Mi valija estaba ya en el auto, subimos todos y partimos a un lugar para mi desconocido.
Luego de circular por la ruta, tomamos un camino de tierra que se unía a ella.
Legamos a una tranquera, mi padre la abrió y seguimos.
Al final se divisaba una casa, alrededor nada, monte y tierra.
No es que mis padres nos mintieran, es que no nos dieron toda la información, debieron decir que era una casa que estaba en el medio de la nada de un campo.
La casa era grande y sencilla, el dueño la abrió y  la mostro por dentro, un amplio living comedor, una cocina con todo lo necesario, tres dormitorios y un baño.
Dio las explicaciones sobre la electricidad y el lugar, nos mostró una bomba de agua manual que estaba atrás, - no se preocupen – dijo, el bombeau (aun recuerdo esta expresión) va a venir dos veces al día para cargar el tanque y me gusta explicar esto, era un tipo joven que llegaba religiosamente a la misma hora todas las  mañanas y bombeaba el agua manualmente durante un buen rato hasta que el tanque rebalsaba. Dejaba también  un balde que contenía “la leche recién ordeñada”.
Un día me preguntó si quería andar a caballo, le dije que no sabía y me explicó que podía traer uno al día siguiente y él me explicaría lo básico, que no me preocupara porque traería el más manso y así lo hizo.
A la mañana siguiente estaba allí el caballo, me dio unas instrucciones y me lo dejó.
Me subí, casi como si siempre lo hubiera hecho y partimos a recorrer el campo.
Dejé que el caballo me llevara por donde el sabia, después de todo yo no tenía donde ir, y comenzó poco a poco a alejarse de la casa.
Se internó en el monte, era un campo de tierra y espinillos, algunos pocos árboles verdes, cada tanto unos pastos con flores. El típico paisaje de un campo de sierras.
Estábamos lejos de la casa, lejos de la ruta, comenzó una zona con el piso forrado en piedra, llegamos al alambrado, el caballo giro hacia la derecha y siguió paralelo a él.
Al cabo de un rato la vegetación comenzó a ser un poco más verde y se empezó a sentir el ruido del agua correr, se sintió ese olor a tierra mojada, en el alambrado había una abertura y el caballo pasó.
Siguió caminado despacio y se detuvo casi como pidiendo que me bajara.
Me baje y camino despacio hacia el rio a beber.
Me senté en una piedra a esperarlo.
El rio corría manso saltando sobre algunas piedras, esquivando las ramas de algún árbol caído, se veían unos pequeños peces que nadaban entre las piedras que formaban pequeños diques en la orilla.
Algunos pájaros y loras pasaban entre las ramas de los árboles revisando sus nidos.
Nadie llegaba a ese lugar, no había allí ningún sonido que no fuera natural. Era el lugar ideal para una adolescente como era yo, a la que le gustaba tanto disfrutar de la paz y la soledad.
Y el caballo se dio vuelta, se acerco hacia mí y me miró como diciendo ¿vamos?, si, le dije, vamos.
Me subí y emprendimos el regreso, los dos en silencio, el con un andar despacio, casi como sabiendo que yo no tenía apuro en regresar y que disfrutaba del paseo.
Llegamos a la casa y el muchacho estaba bombeando el agua.
- ¿Y? ¿Cómo le fue con el caballo? Es muy mando ¿vio?
- Sí, claro que sí, es un caballo bueno.
- ¿Quiere que se lo vuelva a dejar mañana?
- Sii, me encantaría.
 Y así fueron todos los días mis paseos por el campo. Y los ratos que pasaba solitaria a orilla del rio llenándome de los olores, los colores, los sonidos de la naturaleza y haciendo que todo se impregnara tan adentro mío que aun hoy podría reconocerlos.



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