11/06/2012

ELLA Y EL



Ella, no lo conocía. Él, era el padre de su esposo y ella, nunca lo conoció. Solamente sabía por lo que otros le dijeron que había sido un buen hombre, de gran corazón.
Nunca vió fotos suyas, nunca nadie se lo describió y  sabiendo el dolor que causaba su recuerdo, nunca preguntó. 
Un día recibió la noticia más linda, su médico le informo que estaba embarazada. Una gran felicidad la invadió. Pero la felicidad no podía ser completa y luego de transcurridos dos meses de su embarazo su médico le dijo que debía hacer reposo hasta el momento del nacimiento para no perderlo.
Solamente podía pensar en esos siete meses que tenía por delante y la preocupación y tristeza se apoderaron de ella.
Él, como si esperara algo, todas las mañanas pasaba por su habitación y simplemente la miraba con una dulce sonrisa en su rostro.
Al principio ella pensaba que soñaba, que no estaba despierta del todo, una figura alta, delgada, vestida con una camisa clara y un pantalón beige en la puerta de su habitación estaba parado y le sonreía.
Al principio se sorprendió pero su corazón estaba tranquilo, no sintió miedo y una agradable paz la invadió.
Los días transcurrían calmos y ahora, ella, esperaba que él, apareciera como todas las mañanas cuando se quedaba sola en su cama, sintiéndose impotente por todo lo que no podía hacer.
Los meses transcurrían y con ellos las visitas de él que ahora ella esperaba con ansias, es que solo eran unos segundos en los cuales la paz la invadía.
Los siete meses pasaron tranquilos y su hijo nació, lo llevo a su casa.
Él  se acerco a la puerta, la miró, entro en la habitación, se acercó a la cuna, miró al bebé con los ojos llenos de ternura, tenía una gran sonrisa en su rostro, ella, simplemente lo miraba con emoción.
El se retiró con una luz a su alrededor.
Esa fue la última vez que ella lo vió. Juntó coraje, habló con su esposo, se lo describió y él le confirmó que ese era su padre. 
Ella supo inmediatamente que eso era lo que el necesitaba para irse definitivamente en paz, ver su sueño cumplido, ver a su nieto, hijo de su hijo, recién nacido











TE VEO Y ESCUCHO



a Huella

Te veo y escucho,
tiendo mi mano para ayudarte.
Te hablo y explico,
y me duele de tus pozos no poder sacarte.

Me mantengo a tu lado,
por momentos en silencio,
que no es más que mi forma de acompañarte.

Trato de hacerte reír,
quiero montones de carcajadas sacarte.
Tus momentos de tristeza
me recuerdan a mis momentos de tristeza
y es por eso que intento
de allí sacarte.

No quiero, simplemente no quiero
que seas vos otra alma en pena
y es por eso que te prometo
y es por eso que me prometo
que voy a seguir cada día
tratando de colgar
en tu alma carcajadas
que en tu rostro sean signos de plena alegría





MIS TRES PUNTOS


¿Quién de chico, de los que ahora ya somos adultos, no pasó alguna vez por el temido momento de la sutura?
Y si, yo pasé por ese momento.
Mis abuelos en el patio de su casa tenían una mesa y bancos revestidos con pequeños pedacitos de azulejos de colores y mi juego consistía en dar vueltas alrededor de la mesa pasando de banco en banco.
La mesa era redonda y los bancos semicirculares seguían su contorno perfectamente lo cual facilitaba el recorrido en un excelente círculo.
De nada valían las advertencias de mis abuelos: “te vas a caer”, “te vas a caer”, “bajate de ahí”. No sé en qué momento fue, pero recuerdo haber aterrizado en el piso, el cual por cierto era muy duro y de áspero cemento.
Mi abuela llegó en el acto atraída por el ruido, yo me puse de pie, no sentí el dolor en ese momento, pero si vi un charco de sangre sobre el portland.
Mi abuelo sacó el auto y ahí nomas partimos al doctor.
Eran otros tiempos, nada de anestesias, ni cirugías plásticas, una aguja como las de coser de mi abuela, que para mi recuerdo era enorme, enhebrada con un hilo y ahí nomás cosió, luego me colocó una venda tan grande y blanca que delataba mi travesura.
A la salida del hospital mi abuela cumplió su promesa, “si te portas bien, te compro un chocolate y una muñeca”. Bueno,  bien valía el portarse bien.
Volvimos a la casa, yo con mi gigantesca barra de chocolate y mi muñeca negra, los cuales también sirvieron para hacerme cumplir mis promesas de portarme bien a la hora de las inyecciones. Me hicieron meter en la cama. Al rato llegó la ejecutora de las inyecciones, María se llamaba, aparecía siempre a la hora señalada con una cajita de acero plateada que yo escuchaba tintinear antes que la viera, la jeringa era de vidrio y tenía una larga aguja los cuales se hervían antes de realizar la ejecución, aun recuerdo como dolían esas inyecciones, imposible sentarse cómodo hasta después de un tiempo.
Y hoy sigo viendo en mi mentón, justo debajo de mi pera, esa cicatriz blanca, una línea blanca con unas rayas que la atraviesan como si alguien hubiera realizado el mismo zurcido que en un pantalón, tres puntos que marcan lo caras que a veces cuestan las travesuras a los cinco años.





ESTUPIDA DECISIÓN






Encerrada en la oscuridad de la mente, en ese negro profundo del pensar, allí donde ya no hay ni un solo pequeño rayo de luz, la esperanza desapareció.
Todo es desolación, tristeza, angustia. Ya no llegan los sentimientos. 
Todo es tan oscuro, tan negro, tan negativo, es que ya no siento, ya no puedo dar nada porque ya nada tengo. Ya no puedo recibir nada más porque ya no siento.
Ahora soy simple cuerpo, mi espíritu y mi mente ya no funcionan, algo los apagó, algo ocurrió sin que me diera cuenta, quizás tanto sufrimiento me colmó y ahora, con una coraza construida a mi alrededor, trato de protegerme de más dolor.
Y acá estoy, viviendo la vida como si no fuera mía, sintiéndome un sentimiento y una mente dentro de otro sentimiento y otra mente que no me pertenecen.
Me miro al espejo y no soy yo, me siento ante mi taza de café y pienso en un solo fin para el dolor, por primera vez el egoísmo se apodera de mí.
Debo pensarlo bien, tiene que funcionar, debe ser una sola vez y con resultado esperado.
Bien, ahí está el frasco, ese pequeño frasco tiene la solución que busco. Y mi mente oscura ahora trabaja en algo oscuro, realiza precisos cálculos, cantidad, tiempo del efecto, momento preciso del resultado esperado.
Pero de pronto algo ocurrió, el sentimiento, el bendito o no sentimiento, interviene y me muestra escenas impensadas y me invade la culpa y el egoísmo se disipa y ahora un pequeño rayo de luz puede entrar. ¿Pero cómo es posible? ¿Cómo puede ser que algo tan minúsculo como un segundo pueda convertirse en el tiempo más importante para decidir viajar o no al mas allá? 
Y ahora lo veo, después de un tiempo y en verdad creo que esa fue la decisión más difícil y estúpida que en mi vida me propuse tomar.