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Chicas voy a dar los temas así forman los grupos, no más de seis
integrantes, para el próximo trabajo práctico oral.
Uuufff
oral, ese fue el primer pensamiento que se vino a mi mente, yo no
puedo con esto. Traté de pensar en alguna excusa, hablar con la
profesora y explicarle, pero al final me dije: bien si hay que
hacerlo, lo haremos.
Nos
juntamos el grupo, organizamos el material teórico, dividimos los
temas, hicimos los afiches, en fin preparamos todo el material. En
varias reuniones nos tomamos mutuamente lo estudiado, mis temas
fluían solos, estaba segura que lograría exponerlos por que los
sabía.
Llegó
el temido día. Como nunca el aula estaba repleta de alumnos, la
profesora llegó y se sentó en un banco en medio del salón, ayy
no, que vuelva al escritorio así no tengo que ver a esa multitud,
pensé yo, pero nada, siguió allí en su lugar elegido.
Una
a una mis compañeras expusieron hasta que llegó mi turno de
hablar. Una gran laguna mental, casi un océano, se apoderó de mí.
No recordaba ni como me llamaba. Un gran silencio flotó en el aula y
la profesora que decía
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Bien, vos podés y te escuchamos.
Fueron
unas pequeñas palabras de aliento que me dieron las fuerzas para
poder decir lo estudiado, sentí mi voz, temblorosa y no sé si muy
clara, cerré los ojos y realicé mi exposición, fueron los treinta
minutos más largos de mi vida, entre hablar y exponer el material
que aun no sé si alguien entendió.
Listo,
ya terminé, ya está, las manos me sudaban, el cuerpo me temblaba,
sentía la boca seca y un gran nudo en la garganta, debía salir de
ahí sin pérdida de tiempo y eso hice, me fui afuera. Respire hondo
en el parque solitario, comencé a relajarme un poco y decidí que
debía volver al aula.
La
clase ya había terminado y la profe me estaba esperando.
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Vení acá – me dijo.
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Si profesora, acá estoy
-
¿Qué pasó? – Me preguntó y continuó diciendo – Yo te
conozco, se que estudiaste, se que sos aplicada en todo lo que haces
y pensé que darías una excelente exposición y ahora estoy
desconcertada por la nota que te voy a poner, no lo sé.
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Yo no voy a quejarme de su nota, se que fue un desastre mi
exposición, en verdad estudié pero tengo un problema, simplemente
no puedo hablar delante de tanta gente. Eso es todo lo que puedo
decirle y sé que no es excusa, es simplemente lo que me pasa.
Ella
me miró pensativa
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Está bien, ahora te entiendo, en la segunda parte del práctico que
darán la próxima semana voy a evaluarte y te voy a ayudar en algo
para que puedas lograrlo.
Los
días pasaron y yo pensaba en esa segunda clase pendiente. Llegó la
hora del práctico, la profesora nos convocó en un aula más grande,
allí parecía que no había tantos alumnos, a pesar de la gran
cantidad aparentaba ser un grupo reducido y eso me hizo sentir más
relajada.
Al
fin la gran tortura que era la exposición para mi terminó. Ahora
venía el momento de la nota.
La
profesora me llamó para hacerme la devolución y en verdad lo que
me dijo me sorprendió y emocionó.
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Tu nota iba a ser un cuatro, es que no fue buena tu exposición, vos
misma lo notaste, pero sabes, yo evaluó todo cuando ustedes exponen,
no solo me interesa que sepan el tema también veo el esfuerzo, la
actitud, el trabajo de manera integral. En tu caso, sabiendo ahora tu
problema y conociendo tu trayectoria en el aula, voy a subir tu nota
a un ocho. Simplemente porque tu esfuerzo vale más que cualquier
lección bien o mal dada, estás acá en el aula todas las clases,
sin siquiera faltar y eso es un sacrificio muy grande, merecés un
premio solamente por eso.
No
me salían palabras para responderle, solamente recuerdo un nudo en
la garganta.
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Muchas gracias profesora. En verdad si es un sacrificio el que hago
pero es un sacrificio con placer porque me gusta mucho la carrera.
Estoy tratando día a día de superar mi problema y recibir el
aliento de los demás en verdad me ayuda mucho.
Así
con un nuevo empujón fui recorriendo ese año hasta finalizarlo. La
vida me hizo cambiar el rumbo, pero aun sigo teniendo esas palabras:
todo sacrificio por más insignificante o grandioso que nos parezca
merece un premio. Y ahora yo me autopremio cada vez que logro hacer
algunas de esas cosas que el pánico me impide hacer. Simplemente me
premio para seguir adelante rompiendo barreras.
Y
aun hoy sigo pensando en esa profesora, que no solamente daba unas
clases magistrales, si no que tenía la capacidad para evaluar al
alumno de una manera integral y la única en años de carrera que se
tomaba el tiempo necesario para hacer una devolución de la nota
puesta. Considerar al alumno, no como un simple apellido o número de
matrícula sino como una persona que aprende cada día, debería ser
la forma más correcta a la hora de encarar la educación.