5/22/2023

Y COMENZÓ LA ESCUELA

 


Mi paso por el jardín de infantes fue muy duro, allí sufrí mi primer abuso por parte de un compañero que tenía como 3 años más que yo, le conté a mi maestra y a mi mamá que un chico me tocaba debajo de la mesa, que se metía en el baño cuando yo entraba y ellas no me creyeron, fue muy duro y difícil, yo me cambiaba de banco, pero él siempre se sentaba al lado mío y no encontraba la forma de defenderme. 
Luego supe que ese chico vivía a la vuelta de mi casa, con los años, cuando era adolescente, se suicidó. Cuando me enteré de esa noticia no sentí nada, solo un alivio de saber que ya no debía temer al pasar por esa cuadra. 
Muchos creen que son cosas de chicos, pero les aseguro que no lo son, el abuso infantil se da también de esta manera y duele mucho. 
Eso hizo que mi carácter fuera muy retraído, ya no confiaba en nadie, no tenía amigos en el jardín, no jugaba con nadie y solo me la pasaba leyendo o dibujando. Tampoco podía lograr una conexión con mi familia, sentía que no era allí donde pertenecía, ese no era mi lugar, no era mi mundo. Lo pasé tan mal que no tengo registros de mucha parte de mi infancia en la escuela, solo algunas imágenes solitarias, como fotos aisladas. 
Comencé la primaria en otro colegio. 
Ahí si tuve una amiga a quien quería mucho y de quien tengo muy lindos recuerdos. Su papá nos llevaba al colegio era un señor muy amable y simpático.
Recuerdo que siempre iba a su casa, yo prefería ir a su casa antes que ella viniera a la mía, hacíamos los deberes, su mamá nos daba la merienda y pasábamos horas jugando. Su mamá era muy amable.
Me gustaba la escuela, tuve maestras muy buenas, bueno algunas un poco estrictas, pero muy buenas. 
Cuando comencé el colegio debí comenzar a usar lentes, tenía mucha miopía y ese fue un nuevo problema y desafío, nadie se salva de las cargadas y lo que lo hacía peor es que en esa época los lentes eran muy frágiles y de vidrio, si se caían se rompían, por lo que no podía correr, debía tener cuidado de no golpearlos y en la hora de gimnasia, me decían que me los sacara, pero si lo hacía no veía, mi miopía era muy grande, si no usaba los lentes no veía el pizarrón ni la cara de las personas. Cada acontecimiento hizo que me fuera aislando más, cree un caparazón y allí me metía al punto que creo que nadie sabía nada de mí. 
Crecí con esa premisa de no le cuentes nada a nadie o no digas nada de esto o aquello o no hables de este o aquel tema. Pase muchos años de mi infancia con una crianza extraña a la que se le sumaba la situación histórica.
Lo que me salvaba y me mantenía con esperanzas era el saber que en vacaciones de invierno y verano mis abuelos venían por mí, que iba a respirar ese aire de paz y felicidad que me daba fuerzas para seguir, veía a mis amigas de la infancia, mis tías y tíos y todas mis abuelas postizas que hacían que la vida, mi vida, se llenara de mimos, colores y alegría.
Durante el año me transformé en nómade, me la pasaba de casa en casa, es que con el tiempo entendí que buscaba no estar en la mía por lo que siempre que podía me quedaba a dormir o pasar el fin de semana en algún lugar, tengo una lista interminable de gente donde me quedaba a dormir, amigas de colegio, familias amigas de mis padres, amigas de mi madre, no sé, yo buscaba siempre la forma de quedarme en algún lugar antes que estar en mi casa. 
En las vacaciones con mis abuelos seguía jugando con mis amigas y de esos momentos si tengo todos los recuerdos marcados como si estuvieran pasando hoy, ahora, el sonido de las hamacas, nuestros primeros monopatines, el que ya nos podíamos alejar un poco más y no solo limitarnos a esa calle, tardes en el club o el río, el grupo de amistades se ampliaba a medida que crecíamos y los juegos ya duraban hasta la medianoche, mientras mis abuelos y los padres de mis amigas se juntaban en algún jardín a charlar de cosas de la vida. No importaba si nos comían los mosquitos o nos aterrizaba algún escarabajo en la cabeza, era hora de jugar, charlar y divertirnos, para eso eran las vacaciones y para eso éramos niños.
Pero mi felicidad no duraba para siempre y sabía que debía volver, nunca lo hacía sin antes preguntarle a mis abuelos porque no podía vivir con ellos, porque debía volver a mi casa. Allí me sentía segura, allí era yo, allí era libre sin fantasmas que me acecharan ni atacaran, allí era realmente feliz y aun hoy cuando voy de visita a ver a mis tíos y primos, a mis amigas de infancia y recorro el barrio y las calles de la ciudad me sigo sintiendo feliz y libre.