5/07/2023

A VECES LA VIDA...

A veces la vida nos pone pruebas y nos hace rememorar toda nuestra historia, lo que vivimos, y preguntarnos si fue así o solo es lo que nosotros nos armamos, eso me pasó y salí a buscar la verdad, mi historia, preguntando, investigando y rememorando conscientemente todo lo que me fue pasando para al final saber si estaba equivocada o no.


EL COMIENZO





Recuerdo que pasé muchos años con mis abuelos, maternos y paternos, de una casa a la otra. Vivía con ellos.

Mis abuelos maternos vivían en un pequeño barrio de 4 manzanas

Aún me acuerdo de esas cenas donde mi abuela me hacía los fideos con manteca que tanto me gustaban, la golosina que comía después, la delicia de los tomates que cosechaba en la quinta de mi abuelo y cuando le sacaba las verduras de allí para hacerle la comida a mis muñecas.

Arrastraba un banquito para poder llegar a esas dulces mandarinas o ciruelas, dependiendo la estación, que luego comía ahí, al píe del árbol como dicen.

Recuerdo también que me encantaba caminar descalza por ese jardín que mi abuelo tenía verde y cortado a la perfección, como una alfombra.

Me cruzaba a las casas de mis amigas donde jugábamos en el porche, sobre ese piso de mosaico tan fresco en verano, luego, nos íbamos a la esquina debajo de los árboles, donde cantaban las chicharras y nos hamacábamos por horas hasta que nos comenzaban a llamar para almorzar, tomar la merienda o cenar, es que nos pasábamos todo el día ahí jugando, charlando, pasando el rato.

Mis abuelos tenían una de esas mesas con bancos que son de cemento decorados con pedacitos de azulejos, el famoso mosaiquismo, a mí me gustaba saltar de banco en banco ya que la mesa era cuadrada y era muy divertido. Mi abuela siempre me decía te vas a caer, te vas a caer, hasta que un día me caí. Resultado: 3 puntos en la pera, creo que me cosieron sin anestesia porque hasta el día de hoy me veo la cicatriz y me duele aunque no sé si me dolió más eso o la jeringa de vidrio que se ponía a hervir y tenía una aguja larguísima, los antibióticos antes eran inyectables. Pero mis abuelos remediaron todo con un chocolate con maní gigante (mi debilidad hasta el día de hoy) y una muñeca, por haberme portado tan bien ah y el derecho a pasar todo el día acostada en la cama de ellos.

Otros días iba a la casa de mis otros abuelos, ellos vivían en otro lugar, pero a unos pocos kilómetros de distancia.

Allí no tenía amigas, pero me divertía muchísimo, le abría todos los paquetes de figuritas a mi abuelo, que para mi alegría tenía un quiosco, librería, regalería, etc, para buscar el que traía la sorpresa, ante su mirada cómplice, mi alegría fue inmensa cuando me salió un premio por un anillo, ahí andaba yo con un anillo de dudoso metal dorado y un diamante plástico encima, yo lucia mi joya con quien quisiera verla.

Nos poníamos en el mostrador a contar las monedas haciendo pilitas según su valor, luego, me iba al patio de atrás a tratar de agarrar un conejo y lo que más me divertía era “ayudarlo” a moler el maíz, molía una bolsa entera en una máquina que tenía allí colocada para darle de comer a las gallinas, por supuesto que no era ninguna ayuda, no olvido su cara preguntando ¿quién molió todo el maíz?

Me encantaba jugar en esa galería de mosaicos con olor a jazmines, donde colocaba un juego de botellón de licor con copitas tallado en madera, aún siento el olor de esa madera, amaba ese juego. Me sentaba con mis muñecas y jugaba a que tomábamos el café con otro juego de porcelana de mi abuela y una copita de licor.

Antes de irme, porque pasaba una semana en la casa de cada abuelo, llenaba una canastita rosa con tapita, como si fuera la canastita de Caperucita Roja, con todo tipo de caramelos, de menta y media hora para mis abuelos, masticables, chupetines, de maní con chocolate, bocaditos Holanda, etc. Mi abuelo me decía llenala pero la tapa tiene que cerrar bien y no hay más golosinas hasta la próxima semana y allá iba yo metiendo la mano en todos los frascos para llevar y compartir.

Mi abuelo fue la persona más permisiva, consentidora y complaciente de mis caprichos. El me llevaba todos los días el desayuno a la cama, no importaba el clima ni nada, le sacaba todo lo que me gustaba de su negocio, lápices, cuadernos, juguetes. Recuerdo que pasaba horas con el allí y hasta salíamos a pasear. No recuerdo a la casa de quién, pero si recuerdo que íbamos a la casa de alguien con un patio enorme y lleno de flores, con un piano en la entrada que yo tocaba, obviamente sin saber tocar. Él se fue cuando yo era muy pequeña pero nunca voy a olvidar el dolor y el vacío que sentí por primera vez por la ausencia de alguien.

Recuerdo que no entendía muy bien, estaba como atontada, pero hay escenas que no se me olvidan, mi abuela llorando en la cama y yo abrazada a ella, llegar a esa casa y que el ya no esté. Fue mi primer enfrentamiento con la pérdida.